Decidió parar.
Detuvo sus pasos un instante,
se reunió con el fuego del avance de sus pies.
Los enlazó con el agua de una agujeta blanca
en un acuerdo tácito e irrepetible.
Abrió sus oídos y le murmuró “God”:
“Sí, todo llegará en la medida que aprendas a soltarte, a ser tú, sin más.”
Fue entonces cuando se desataron sus alas enmudecidas,
recobró la voz,
se elevó y abrió su alma
en absoluta libertad.
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